cuando la tristeza y la alegría viajan en el mismo tren


los hay solares

La tristeza es una sensación difícil de describir. Todos la hemos sentido alguna vez, y el yo interno de cada uno, intenta combatirla del mejor modo posible. Unos juegan a la play, para no mirar el largo camino que les queda hasta volver a la realidad; otros se invitan a unas birras, para agradecer, entre lágrimas, todo aquello que han sentido en un año tan condensado; hay algunos que se ponen gafas de sol, para esconder esas mismas lágrimas, pero desde el lado de “los que se quedan”. Por el contrario, otros no hablan, solo miran al suelo, y luchan por no llorar. Los hay, que con los nervios, no pueden parar de decir cosas absurdas, e intentar ocultar el vacío interno que queda cada vez que alguien dice “hasta luego”. Los hay, que con una sonrisa grande, no pueden esconder unos ojos verdes, sinceros, que se cristalizan por momentos.

Hay algo que nunca falta, aplausos, y tal vez alguna canción. Ya sea en karlshof, en el bar más mítico de la ciudad, o en una parada de autobús de Frankfurt.

Los hay que lloran, lloran mucho. Los hay que lloran por dentro. Los hay que se suben a los hombros de algún otro para ver de más cerca esa cara que esperará un tiempo. Los hay, que suben al resto a su espalda, para que alguien exprima más esos últimos minutos de cerca, aunque en el fondo, se mueren por estar también arriba, por atravesar el cristal, por decir todo aquello que, cuando tenemos tiempo, no decimos. Los hay que respiran hondo y piensan “un mes pasa pronto”.

Están los que se hacen los duros, los que abrazan, y los que besan.

Están los locos que ponen carteles gigantes “hola verano”. También están los que se emocionan.

Los hay que buscan llaves desesperadamente por toda la residencia, los hay que tienen las maletas hechas diez días antes de partir.

También están los que se van con 3 maletas de 40 kilos cada una, metidas en un carrito de la compra, están los que acompañan, y ríen nerviosamente.

Los hay que para su despedida, van al sitio más caro, sin darse cuenta que donde más se les echará de menos es en el día a día. Los hay bravos...y bravísimos.

Están los que regalan mecheros, y también los que escriben cartas. Están los que están muy tristes. Los que se van con unos cuantos italianos para olvidar lo duras que pueden ser las despedidas, aunque tras las sonrisas se esconda algo diferente.

Están, los que en una noche, triste como la de hoy, llegan a tu NO CUARTO y te dicen “un tercio de esta habitación también es mio”, y ponen un poster de un tigre gigante en las paredes blancas y solas. Están los que son grandes, y los que son INMENSOS.


Pero todos tienen algo en común: todo el tiempo del mundo, SIEMPRE, nos parecerá poco.
Están los que recuerdan, y cómo no, los que están presentes.

Pero yo sobre todo, están los increíbles.

Gracias.





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