cuando la tristeza y la alegría viajan en el mismo tren


cuando los aviones ahogan su soledad...

Los aviones de Alemania siempre vuelan bajo, es como si quisieran abrazar el mundo, hartos de la soledad. El mundo que se abre ante nuestros ojos, ese que tenemos, ahora estoy segura, la oportunidad de cambiar.
Y despertamos, cada mañana, intactos, el sol en nuestro rostro, ¿y las cortinas? Mejor sin ellas. Despertamos, como si del primer día se tratara, con la certeza de que una persona, una cultura, o simplemente una palabra nueva conoceremos; con la seguridad de poder perdernos una vez más, en la música de cualquier artista callejero que corone Luisenplatz.

Y yo no me canso, no me canso de caminar, por esas calles que mi mente tantas veces había dibujado, por esos lugares que parecen gritarme al oído que quizás la vida sí que estuviera hecha para mi…no me canso de preguntar, de comprender, de sentir…no me canso de subir la cuesta de este jodido Kilimanjaro, porque por muchas veces que caigamos, desde allí se ve la ciudad muy pequeña, y yo me siento muy grande.
La vida es fácil aquí, todo se reduce a aprender, a ser como ese Bob que corona mi cuarto; todo se reduce a cerrar los ojos cada noche, y sentir, como hemos crecido, como NO hemos cambiado, como hemos evolucionado.
Todo se reduce a respirar en el aire como nos hemos retorcido, al son del tiempo, como esos girasoles que parecen gobernar el mundo que los aviones intentan abrazar.

1 comentario:

Hevita dijo...

Mary :( se notó tu ausencia el jueves en mi piso. Sólo me queda el consuelo de saber que allí estás de puta madre jejeje un besito corazón!